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El día que te encuentre, desapareceré.
Tocaré tu mano y la pondré sobre mi mejilla.
Entonces, mi alma saldrá en un torbellino
e invadirá cada rincón de tu hogar
como impregnándose de tu tacto,
antes de marchar.

Ese día, mi sonrisa se encenderá real
y como las flores del destino,
se marchitará para regalarte un sacrificio,
un instante de Belleza pura.

El día que alcance tu beso, caeré.
Será el sopor postrero el lecho que me reciba.
Entonces, mi corazón abandonará mi cuerpo
habitando el tuyo para ser eternidad,
para hallar por fin la paz
en tu hermandad.

Aquel día, mis congojas arderán con mi cuerpo
y como las fatídicas venturas,
volarán redimidas hacia el Cielo en esta Tierra,
de tu mano ángeles serán.
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En el Jardín de lo Salvaje
Te sigo.
Sigo los aromas de la primavera pasada,
recipiente divino de misterios, bondades.
Mis ojos se posan en tí, colores,
como en objetivo prohibido,
y soy arco, soy flecha, y te sigo.
Entonces, engaño al Viento
y convierto cuerpo en aliento,
bendición ser negado en tu boca
volar hacia tí, pretender besar tu cuerpo.
Al final, arremetiendo, al pretender ser Viento,
la fuerza de mis alas, inclemencias de Invierno,
rompe aquellos ojos, dulce boca, frágil cuerpo,
y dormido pues ya sobre los jacintos de aquel cuento
yo quedo alejado, castigo del Tiempo.
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